El hábito del amor by Anne Cumming

El hábito del amor by Anne Cumming

autor:Anne Cumming [Cumming, Anne]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Crónica, Memorias
editor: ePubLibre
publicado: 1976-12-31T16:00:00+00:00


La vida puede acabarse

Inglaterra, otoño 1971

Edad: 54

Me encontraba en Londres y una mañana de mediados de septiembre de 1971 me desperté con grandes dolores. Al final de la semana me dije que tenía que visitar a un médico.

Telefoneé a mi hermano Max. Se encontraba en Londres para concertar una exposición de sus pinturas y vivía en un piso cómodo que le había dejado un amigo que estaba de vacaciones. Yo vivía en un piso incómodo que había tenido que alquilar y que estaba lleno de pulgas. Había tenido que recurrir a la alcaldía del distrito para que lo fumigasen.

Estaba pasando las vacaciones en Londres para ver a Fiona y los niños y había planeado la estancia de modo que además pudiera ayudar a Max con la exposición. Pero al parecer era él quien tendría que ayudarme a mí. Prácticamente me retorcía de dolor y apenas podía andar. Me sentía casi avergonzada, convencida de que aquellos dolores eran psicosomáticos.

—Max —le dije medio gritando por teléfono—. Me ha dado una especie de parálisis histérica, tengo grandes dolores, ¡y no puedo ni moverme!

—No seas imbécil —me dijo mi hermano—. Eres la persona menos neurótica que conozco. No puede ser una afección psicosomática. Seguramente será fiebre reumática, o artritis, o parálisis infantil.

—¿Parálisis infantil a mi edad? Tengo cincuenta y cuatro años, Max. ¡No se coge una parálisis infantil a los cincuenta y cuatro años!

Pero me di cuenta, con gran estupor, de que podía estar en lo cierto. Las manos y los pies ya los tenía paralizados.

Al día siguiente me llevó a ver a nuestro antiguo médico de cabecera. Para llegar a la sala de espera tuvo que ayudarme el taxista.

—¡Por el cielo, señora Cumming! ¿Por qué ha esperado tanto para venir a verme?

—Me ha ocurrido sin darme cuenta. No pensé que fuera nada serio. Creí que se trataba de algo imaginario para ocultar algún sufrimiento inconsciente.

—No me diga. La psiquiatría comenzó enseñando a los pacientes a imaginar que estaban enfermos. Ahora les enseña a imaginar que no lo están. Mi querida muchacha, está usted medio paralítica. No soy especialista, pero la enviaré a uno inmediatamente.

Antes de saber siquiera qué pasaba hubo llamadas telefónicas, otro taxi, luego una ambulancia, y me condujeron en camilla a la sección de urgencias del Queen’s Hospital.

Me examinó un célebre especialista, Mister Llewellyn-Jones. Me clavó agujas en las manos y los pies: no sentí los pinchazos. Me golpeó los tobillos y las muñecas con un martillo pequeño: no hubo movimientos, reflejos. Me golpeó las rodillas y los codos: apenas si se movieron.

—¿Siente que los pies y las manos le pesan como si fueran de plomo? ¿Siente hormigueo continuo?

—Sí.

—Ya… son los síntomas clásicos.

—¿De qué?

—De una neuritis periférica.

—Nunca lo había oído. ¿Es peligroso?

—No, si se detiene en las extremidades, que parece ser el caso actual.

—¿Me pondré bien? Preferiría saber la verdad.

—No puedo decirle nada mientras no haya hecho algunas pruebas. Pero antes de comenzar el tratamiento habrá que determinar la causa. Le recomiendo una hospitalización inmediata.

Me trasladaron de la camilla a una silla de ruedas y mi hermano me empujó hasta la oficina de ingresos.



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